Un puente entre lo cotidiano y lo Inesperado

Testimonio de un alumno misionero en la escuela n° 329 Vacasnioj, Icaño, Santiago del Estero.



Hoy me enoje por varios motivos. Perdí el subte en la cara y además, el siguiente estaba lleno de gente. El internet no andaba (como siempre), y el video que quería ver no terminaba nunca de cargar. Malditas publicidades de YouTube. El colectivero no me devolvió el “buen día” (aunque admito que lo dije de mala gana). Y antes de escribir estas líneas, se equivocaron en el pedido. Siempre pasa lo mismo en Mc Donals. Igualmente, nada más insoportable que los audios de Whatsapp que nunca terminan de descargarse. Me impacienta tanto esperar. Mejor dicho, esperar me enfrenta ante la paciencia que no tengo. Que palabra tan incómoda, mucho más que el subte en hora pico o que te den mal el pedido.
Paciencia. Esto es Misionar en Santiago. Descubrir la paciencia. ¿De quién? ¿De los santiagueños? Si, también. Pero sobretodo, las que nos tiene Dios. Hablo por mí. La paciencia que me tiene. Soy consciente que no estoy siendo claro, aunque tampoco quiero serlo. Quizás porque ya renuncie a la idea de transmitir una experiencia tan intensa y profunda con palabras tan… tan, demasiado simples. No nos apuremos. Tengamos paciencia. ¿Por dónde empezar?

Me encontré con familias que adoptan chicos abandonados. Habitaciones de 10 o 12 camas bien apretadas. Un silencio que aturde. Miradas que apuntan al suelo de tierra o lanzadas al cielo en busca de una nube, aunque sea pasajera. Me pregunto: Que hago yo en este lugar que para muchos ni siquiera existe? Que estoy haciendo en este punto del planeta que aparententemente es tan triste? Perdonen, pero me gustaría detenerme en Ramona, Chiqui y sus nietas. Y mirándolas a ellas, me sigo preguntando y preguntándoles.¿De qué les sirven los avances tecnológicos si no tienen celular? ¿Verdaderamenteestamos en el siglo XXI? Supuestamente, vivimos en la cultura del "bienestar", pero yo no vi ningún sillón en sus casas. Nadie les informó sobre las nuevas teorías pedagógicas, además los chicos ni siquiera van a la secundaria. Y... ¿El progreso científico...? Les queda demasiado lejos, igual la ambulancia no llega por los caminos de tierra. ¿Para que la moda, si andan descalzos? Menos mal que tienen televisión o radio, por lo menos para escuchar todo aquello que no pueden comprar y tampoco, necesitan. Nadie los molesta, pero tampoco nadie los escucha. Nadie los ve. Admito que yo, también casi me hago el (ustedes me entienden) y miro para el otro lado. Ya estamos en confianza. Tengo que admitir que en medio de la pobreza material encontré algo increíble. Encontré personas.

Misionar en Santiago es recuperar un poco la paciencia que la agenda nos robó (más bien nos dejamos robar), para encontrarnos con personas. Que tienen ojos, sonrisas y lágrimas como las nuestras. Es la oportunidad de ver corazones muy distintos y a la vez, tan parecidos. Y cuando escuchamos los latidos con tantas ganas y deseos de amar y ser amados, descubrimos que solamente un Dios que es amor, silencio y paciencia puede vibrar en la misma sintonía. En Santiago siempre falta agua, pero paradójicamente, encontramos el lugar para saciar la sed de nuestras búsquedas más profundas.

No pretendo aburrirlos con palabras tan… tan limitadas. En fin, Santiago siempre me responde… sin gritos (como Dios)... con una vida simple y una paciencia infinita. Pasan los modelos de autos y también, de celulares, pero ellos siguen ahí, respondiéndole al mundo entero con un silencio alegre y esperanzador. Recordándome que la vida vale, solamente, si logramos salir de nosotros mismos. Mientras tanto, Dios sigue esperando que deje de mirarme el ombligo y un Encuentro tan esperado como sorpresivo, tan viejo y tan nuevo. Gracias Santiago por ayudarme a bajar las defensas, mostrarme que solo no puedo (que necesito el regalo de la paciencia de los demás) y dejarme encontrar por lo Inesperado con Mayúscula.

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